César Pop liber-t-ado
Es lunes por la noche. En realidad, uno de esos de final de verano en que aún se está bien por la calle. Hay chicas en sandalias, otras con pantalones altos, algún que otro músico en la acera. Todavía huele un poco a pan, aunque la cerveza casi lo tapa todo. Pero nos hace falta algo más, que nos de fuerzas, algo que nos anime, que haga ese día especial, que inaugure el curso, que nos mueva y que nos haga más personas. La música te da alas, dicen, y en el Libertad 8 toca César Pop; era tal cual lo que andamos buscando, una buena dosis de música en directo directa al corazón.
Libertad 8 es un garito diferente, allí la música es primero. En el
escenario, un par de guitarras, un piano apoyado en la pared, un atril, dos
taburetes. La gente esperando lo inminente, casi todas las mesas ocupadas. Suben
dos personas al escenario, a César lo conozco de antes, le he visto de teclista
en los conciertos de Leiva. Creo que
son grandes amigos. En el pequeño escenario, la música cada vez se hace más
grande. Ambos tocan, cantan, vibran, y con ellos, la gente de la sala, emoción
creciente. La armónica al cuello, y el alma al aire. El que no conocía de
antes, de nombre Fernando Polaino, gran intérprete también, domina la guitarra, que es más pequeña que la
de César. Le da otro sonido a César, le duplica la guitarra, intensifica las
melodías por momentos. Me fijo en la mano derecha de César, los punteos me
parecen de las cosas más difíciles. No conozco ninguna canción, aunque muchos
de los asistentes, en la sombra, mueven la cabeza y los labios al ritmo de las
cuerdas, mientras ellos tocan, ahí arriba, aunque en realidad la diferencia de
altura es mínima. Se las saben y eso les llena aún más. Pienso en ello, ¿qué es
lo más bonito que puede desear un artista que hace sonar su arte?
La música me abstrae por
momentos, la gente está feliz a mi alrededor. La emoción crece con la aparición
de una nueva fuerza, esta vez femenina. El pelo muy rojo y la camisa, verde, y
en el pecho, un acordeón. Su nombre, Begoña Larrañaga, una de las más importantes acordeonistas que tenemos. Pienso, sin embargo, que esa mezcla no me va a gustar. Me reafirmo en mi
idea, la comparto, qué odio. Empieza César, habla del traje nuevo que le está,
que le están, poniendo a las canciones. Habla de nuevos temas, de nuevas
colaboraciones, de gente muy grande a su alrededor que están ahí con él esa
noche para hacer reales esos temas latentes. Él está esta vez al piano (que
gusto haber estudiado música desde pequeño!). La guitarra acompaña, la voz
suena y la melancolía del acordeón se filtra por detrás de todo, como un
susurro, pero dándole un nuevo brillo. Tonta. Y lo bien que queda? Y lo qué te
hace sentir? La piel de gallina y la boca, entreabierta.
Las canciones avanzan, no quieres que acabe. El acordeón se emancipa, ahora suena solo, el fuelle se hace grande, la fuerza roja les mira, se rie. Entonces suenan ritmos más cálidos, contrapuntos, cada vez más calor. Put the blame on me, oigo, como en Gilda, pienso. Se revuelven en el escenario, cómo es posible que quepan en un espacio tan pequeño? Fuertes aplausos, y más sorpresas. Quique González estaba también ahí, entre el público, escondido entre brillantes cabelleras. Sube al escenario, está emocionado, se mueve, se abraza, se retuerce y se contrae, y entonces empieza a cantar, y ahí ya es demasiado. Voces a coro, amistades de verdad. Un whisky para dos, muy buen ambiente y un cuadro que de repente se cae al suelo. Hasta que mi velero naufrague, apunto, me ha gustado eso y no quiero olvidarlo.
Txetxu Altube, siguiente sorpresa. También estaba allí, cantautor
fugitivo, antes, cantante de Los Madison.
Toca con César, una preciosa. Quiero volver a escucharlas todas, para el
próximo no puedo ir en blanco -apunte mental #30. Txetxu es virtuoso, se abraza a las curvas de
la dulce guitarra, la rodea con los brazos, la cabeza baja. César canta, y
toca, y canta más, pero al final, Txetxu toca otra melodía, o al menos a mí me
lo parece. La cosa llega a su fin, él
nos mentaliza de que la siguiente será la última. Pero se ríe porque
sabe que en realidad habrá bis. Dice que la vivamos como si fuera la última,
que no pensemos en después. Entonces si, te
llames como te llames, la canción que quería escuchar mi amiga, me creaba
ya considerable curiosidad. Lenta pero segura, es un all-in. Y luego si, ya
para terminar, flacos y famosos. Aquel Invierno de Madrid fue nuestra fiesta,
y nunca va a volver para que nunca muera. Cuenta César que la escribió para
dos amigos suyos, para recordar buenos momentos. Creo saber quién es uno de
ellos. Acaba la canción, muchos aplausos. Da las gracias, sonríe y mira, la
vibración está ahora en manos del público. Caras conocidas radiantes, compruebo
que no es solo cosa mía. Qué bonito ha sido.
Fuimos allí porque necesitábamos algo de libertad. Y en el número 8, nos hicimos con toda la que nos faltaba.
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