Review: Rush in Red, la metamorfosis
A mi, que no quise escuchar Fuerteventura, -su segundo álbum de estudio-, por haberse mostrado excesivamente sincera ante la prensa. Pero también a mí, a quién los Cigarettes de su disco debut, y I love your glasses, enloquecieron por completo.
Esta vez me ha vuelto a atrapar, y me ha dado suficientes motivos (motivos con nombre de exnovios ficticios, por cierto) como para reconsiderar su arte, que, lejos de apalancarse en un estilo musical inamovible, fluye -y cómo!
Ahora Lourdes ya no toca la enorme acústica a la que me había acostumbrado. No. Su menuda figura soporta ahora una estupenda guitarra eléctrica, que ya no parece tener tanta presencia en su directo, pero, para que engañarnos, le da poderío visual y artístico. Y hasta sonoro.
La presentación gratuita de su nuevo álbum, en la sala La Riviera de Madrid hace unas semanas, fue el detonante para que me decidiese a escuchar su disco en casa. Si después del tremendo espectáculo onírico que montó sobre el escenario no me calaban sus nuevas canciones ,entendería que habría sido víctima de algo muy artificial. Y es que todo es posible entre las palmeras de La Riviera...
Pero no. Al contrario de lo que me temí, Agent Cooper fue ganando puntos y puntos con cada vuelta que le daba en el reproductor. Hasta el punto incluso de obsesionarme. Por eso, puede que realmente, no sea la persona más idónea para hablar del disco con objetividad. Sin embargo, me ha parecido un álbum tan intenso que me sentiría en deuda si no lo compartiese.
Así, Agent Cooper me gusta por tres cosas.
Por su rollito electrónico suave con aires de synthpop.
Artistas como M83, Lykke Li, Washed Out, Bat For Lashes, Orange Blood, The Antlers, School of Seven Bells o, ya en el extremo, Silver Mt. Zion, entre tantos otros, se han convertido, de un tiempo a esta parte, en vitales para mí, por cómo funciona su música a nivel de los sentidos, de mis sentidos. El tipo de música que crean, aunque muy diferente entre sí, es lo más evasivo con lo que he podido encontrarme en mucho tiempo. Y esa evasión figurada, si tanto valor representa para mí, es porque se mueve entre extremos, como pocas cosas lo harían; aquí no caben las medias tintas.
Es una lírica que lo mismo puede encenderme en cuestión de segundos, de poner mi ánimo y ganas por las nubes, como de apagarme, exactamente en el mismo lapso de tiempo, contribuyendo de este modo a la desconexión momentánea y eficaz de mi consciencia; aunque solo dure unos minutos, me hacen volar por completo fuera del mundo. Pero siempre es o lo uno o lo otro, nunca ambos.
Por esto me gusta este disco, porque Russian Red ha conseguido provocarme lo mismo. Porque si bien es cierto que su primer álbum estaba plagado de canciones increíbles, el pero era que si tenías la mala suerte de escucharlas en un momento de inestabilidad emocional, podían llevarte a la muerte lacrimógena. Y lo peor, hacerte sentir tan tan miserable,pero reconfortado, que quisieras repetir la experiencia.
Pero, usando el tópico, a la tercera va la vencida, y así este nuevo álbum supera las barreras de sus "ancestros" musicales, y ahora, por suerte, ya podemos escuchar a Lourdes incluso cuando no estamos de bajón.
Por la suavidad de sus temas.
Y por cómo se llaman éstos.
Y por cómo se llaman éstos.
La canción de Neruda es tan dulce y profunda como una nube de gominola. Exactamente como el poeta, aunque en éste caso sea ella la que le canta a él y no al revés. No olvidemos de todos modos que cada tema tiene, hipotéticamente, el nombre y la esencia de uno de sus ex.
No he descifrado las letras todavía -Russian Red, aunque madrileña, jamás ha hecho un disco en español, canta siempre íntegramente inglés- pero el "lonely lonely" pegadizo de Michael P tiene toda la pinta de convertirse en hit, me sorprende hasta a mí misma -de repente, pum-, apareciendo en mi cabeza.
Porque esta canción entiendo que habla de la soledad en que la sumía su relación con Michael. Como la de Casper en la que me ha parecido escuchar "you shooked me like nobody, fooled me like nobody", haciendo referencia a lo que, entiendo, la llegó a trastornar este personaje. Fantasmal, también sea dicho.
No se hasta que punto son o no de verdad estos nombres-hechos-canciones, pero lo cierto es que es hasta bonito que una cantante le ponga nombres de tío a sus nuevos temas. Adiós egocentrismo, hola sentimentalismo, dirán algunos. A mi, reitero,me parece bonito, es como una proyección introspectiva, como si todo lo que hubiese sentido alguna vez en sus relaciones, tras haberse mordido la lengua mucho tiempo,l o soltase de golpe y con furia -como un kame hame ha-, tanta que hasta le pone un nombre. E incluso un apellido.
Puede que no sean historias de verdad, o que sean solo un poco ciertas, pero para la consecución de su objetivo,el acto requiere que al menos se realice. Porque la música es poesía, y ésta última, no olvidemos a Marinetti, es un acto. Así que la verdad o la mentira -y aquí es donde se lía- poco importan si de lo que se trata es de exteriorizar la poesía Russian. Y de intentar que nos lo creamos. Y yo, al menos, he caído en su trampa. Pero plácidamente, así que no hay ningún problema.
Lo que aquí si que veo como fallo es que parece que cada canción, que cada tío, no es más que un boceto más de los típicos prototipos de tio, válgase la redundancia... como los de Sexo en NY, si, justo, así, que parece que en NY no hubiese más que un par de tíos normales (y esos son Aidan y Steve, claro, y ambos ficticios). Esto último de los típicos tópicos masculinos es solo una hipótesis temprana. Espero confundirme tras profundizar en la lírica.
Concluyo ya con lo tercero por lo que me gusta "Agent Cooper", que en realidad es una característica orgánica relacionada con la sensación que me transmite Russian:
La madurez es tangible.
Y esto funciona aquí y ahora porque ha habido un antes, en el que, al menos desde mi sensación, le faltaba algo, una chispa de locura y saber-dejarse-llevar, o fluir, que yo he comprobado en el escenario. Ahora, Russian se mueve, se agacha, levanta los brazos, los encoge, gira las manos, juega con su cabeza, pero no se toca demasiado el pelo ni se queda inmóvil enfrente del micrófono.
La madurez es tangible.
Y esto funciona aquí y ahora porque ha habido un antes, en el que, al menos desde mi sensación, le faltaba algo, una chispa de locura y saber-dejarse-llevar, o fluir, que yo he comprobado en el escenario. Ahora, Russian se mueve, se agacha, levanta los brazos, los encoge, gira las manos, juega con su cabeza, pero no se toca demasiado el pelo ni se queda inmóvil enfrente del micrófono.
La noche del directo llevaba puesto un vestido peludo oscuro, o eran flecos? Bueno, no lo recuerdo muy bien, pero sé que era un atuendo muy cuco, muy transgresor. Y que ni de coña, me atrevo, hubiese llevado cantando They don´t believe hace ya casi cinco años, en el escenario pequeño del FIB, dónde solo su voz y su guitarra interactúaba con el público. Con respecto a esa cantante aséptica, tímida, inhibida que fue, la verdad es que me quedo con la nueva. Aunque bueno, la verdad es que la suya es una evolución más que justificada, pues gozar de un grandísimo reconocimiento en el continente asiático tiene que provocar que verdaderamente tengas -o quieras- que hacer un esfuerzo por querer ir a más, por intentar meterte en el bolsillo, o al menos no perder, a un público nipón en el que ha calado hondo.
Así que aunque solo sea por esto, la madurez de su momento musical se sostiene con fuerza por sí mismo.
Solo puedo añadir que, sin más rollos, es un discazo. Disfrútenlo mucho. Mientras escribía esto, yo me lo he puesto como unas tres veces más.
Y sigo contando...
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