MUD: hogueras, cosas varadas y una cruz en el tacón


Mud empieza con el agua de un río, que fluye, que se mueve, que avanza, cambiando, llegando cada vez más lejos. Se plantea así una metáfora de lo que, desde el principio, Jeff Nichols, el director, nos deja entrever, pues es un preámbulo del tema en que se basará todo el film: la evolución psicológica de Ellis, el verdadero protagonista, quién, como el río sobre el que flota su casa, vive un intenso recorrido existencial hasta su madurez adulta. Y es tan grande el peso de este atípico adolescente que creo que debía ser su personaje el que diese nombre a la película. Aunque lo cierto es que al profundizar más, me planteo si la elección del nombre del personaje al que da vida Mr. McConaughey, Mud, será premeditado pues, al menos en nuestro idioma significa barro, un material moldeable, como el Ellis del principio, aún mentalmente un niño. Sin embargo, igual que éste, a partir del momento en el que su forma cambia, su nuevo aspecto se endurece rápidamente, preparado para permanecer inalterable pese a las circunstancias.
La primera vez que vemos a Ellis es junto a su inseparable amigo Neck, en una potente  secuencia en la que ambos se dirigen apresurados a una isla, en la que, de repente, durante pocos segundos, el director nos niega el inherente derecho del espectador a ver, pues contemplamos impotentes  la forma en que los dos niños miran asombrados hacia arriba, pero no sabemos hacia qué. Este mecanismo de intriga, de desviación y focalización del interés, me recordó mucho a Hitchcock, que, despiadadamente a propósito, juega con la curiosidad del público, engañándole con perspicacia con siluetas que no son lo que parecen, falsos culpables, objetos que parecen ocultar siniestras intenciones –los McGuffin-,  o sus propios cameos filmográficos.
 
La cuestión es que un bote, a causa de las inundaciones, se ha quedado varado entre las ramas de un árbol. En él descubren que vive Mud, una especie de vagabundo de piel tostada por el sol que dice estar esperando a alguien. Comenzará aquí una cadena de favores de los niños hacia Mud, quién les pedirá que le lleven comida, pues él no puede salir de la isla por si su contacto llegase. Y esta relación, aunque peculiar, da sus frutos, pues los dos chicos se darán cuenta de lo dura y complicada que puede llegar a ser la vida.
De este modo, la relación de amistad entre Mud y Ellis será decisiva, ya que en su proceso natural de madurez, Ellis se verá bombardeado por una serie de hechos que le van a marcar de forma íntima, y de que será consciente a raíz de su relación con Mud, aprendiendo a darse cuenta de cosas que antes no era capaz de ver, pese a tenerlas delante de los ojos. Aprende así a afrontar los problemas, a saber lo que es amar y no ser correspondido, y sobre todo, lo que el propio ser humano es capaz de llegar a decepcionar, cuando sus expectativas de felicidad preadolescente se tuercen sin poder siquiera evitarlo.


Hay un momento en el que, tras haber sufrido un inesperado golpe, ambos niños están como descoloridos; es la luz del ocaso, si, pero la elección de ese momento de colores tan tenues creo que está perfectamente elegido para definir los sentimientos de los niños, apagados de repente por la actitud de desentendimiento del resto de personas.
Otra de las formas visuales mediante las que la película trata de hacernos sentir lo que siente Ellis son las acertadas decisiones de luz, que dotan a las secuencias del film de un dramatismo espeluznante, como cuando en el porche de su casa, Ellis habla con su padre, y notamos cómo la relación del niño con él va a la deriva, solo sujeta por lazos débiles como los que sujetan su casa a tierra.


Es una película tranquila, pero acertada, con un final que se me hizo más largo de lo que debería, pero en el que Ellis llega al final en su viaje de crecimiento personal, cerrando así el ciclo. Y es que Tye Sheridan, el actor que interpreta a Ellis, consigue que te creas su viaje, que lo veas madurando en los ciento treinta minutos que dura el film. Y lo fascinante es que no recurre a excesos: su interpretación es natural pero  tremendamente fuerte. Sospecho que este chico dará que hablar, y es que si con apenas diecisiete años ya comparte cartel con McConaughey y ha sido dirigido por un director de la talla de Terrence Malick -El árbol de la vida-, su carrera como actor parece que no puede hacer otra cosa más que volverse cada vez más sólida.

Y con respecto a Matthew McConaughey, a quien al menos yo tenía encasillado en películas de segunda tipo Planes de boda, inesperadamente se ha reinventado para mostrar una nueva faceta interpretativa, más seria, más comprometida y sobre todo, más creíble y redonda. Es algo que ya es de dominio público.
Creo que este film es un poco su punto de inflexión como actor, porque después de ésta, y ya en los últimos meses, vendrían las oscarizadas El lobo de Wall Street y Dallas Buyers Club, así como la grandiosa serie de la HBO, True Detective, en las que no ha hecho sino demostrar toda su valía -especialmente en el papel de Rust en ésta última-, dando a entender a los cinéfilos del mundo que realmente podía ir más allá e interpretar papeles complejos que podían hacer que nos estremeciésemos de verdad. Llamadme excesiva, pero realmente me ha dejado ensimismada la verosimilitud de su forma de interpretar. En Mud, me conquistó su cercanía en su papel del fugitivo bondadoso tirado (y tarado), pero es que en True Detective el hecho de que no deje ver en ningún momento su interior, crea una adicción curiosa. Así es que al final, me ha atrapado a mi también. Sin miramientos.

Para concluir, y retomando la idea inicial del río y el camino hacia delante, el film no podía acabar de otra forma que no fuese con el mar; es una idea que se sustenta de forma lógica. Así, este paralelismo visual del río frente al mar, ambos cambiantes y fluyendo siempre, servirá como refuerzo a la idea de la determinación, del movimiento, de la superación, sin los que sería imposible el alcance de la difícil pero imprescindible madurez adulta, que implica un cambio hacia un cierto estatismo. Justo como el barro, que siempre acabará por endurecerse...


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