Review: "El gran hotel Budapest", La herencia de tía Agatha


Sin duda, Wes Anderson es uno de los directores más personales de los últimos tiempos. La aclamada  por crítica y público Moonrise Kingdom y la no tan conocida Fantástico Sr. Fox son unos must en el cine contemporáneo, posicionando a este director y su a su estilo un tanto peculiar como un referente en el cine comercial más indie (porque sí, ambos conceptos no son excluyentes).

Habiéndose ganado el favor de la crítica de nuevo, ¿ha sabido estar a la altura realmente o El gran hotel Budapest es una mancha en el expediente de este director?

El hotel necesita reformas

Y aunque normalmente las críticas deban empezarse con lo positivo, esta vez empezaré con lo negativo, pues es como se nos presenta la película. Porque sí, la película empieza tropezando. Es normal que el inicio de una película sea un tanto lento, la presentación de personajes es necesaria siempre para poder acabar empatizando y sobre todo hay que sentar las bases de la historia que se va a contar.

El Gran Hotel Budapest tiene todos esos ingredientes, sí, y el espectador queda maravillado al principio con la forma tan particular de Anderson de llevar a cabo todos los requisitos, pero ese sentimiento de estar viendo algo resultón dura 15 minutos porque el cerebro acaba acostumbrándose. Sin embargo, toda esa introducción dura más de quince minutos, incluso podría decirse que dura la mitad de la película. ¿Qué ocurre entonces? Que una vez sabemos como funciona el estilo de Anderson, estamos media hora mirando una pantalla en la que no está pasando nada. 



A ello se le suman unos personajes que no es necesario presentar del todo, porque alcanzan todo su esplendor conforme el metraje de la película avanza. Es decir, el hecho de presentarlos es un mero trámite y se nota la diferencia entre el personaje presentado (lo que el director quería que fuera) y el personaje que estamos viendo (lo que acaba siendo).

Tampoco podemos dejar pasar el hecho de que en esa introducción, es muy fácil perder al espectador. Primero, por los continuos cambios de época, teniendo que inferir el espectador qué personaje es quién en cada salto temporal. Y en segundo lugar, por el lenguaje del guión. Recargado y pomposo en exceso al inicio de la película unido a una serie de diálogos rápidos, hace que por momentos la película vaya a mayor velocidad de la que puede procesar la persona que la está viendo.

Pero tiene un encanto único

Una vez que hemos pasado esa introducción tediosa y que parece estirarse demasiado, la película cambia de tercio y nos lleva a su punto álgido. Con una trama centrada en la herencia de una ricachona recientemente fallecida y que había sido camelada previamente por nuestro protagonista, la película no puede evitar recordarnos a juegos de mesa como Cluedo o La Herencia de Tía Agatha. Empiezan a sucederse decenas de personajes (Bill Murray, Owen Wilson, Willem Dafoe y una cambiadísima Tilda Swinton entre otros) y todo lo que no había pasado en un principio se concentra en el resto de la película, no dejando descanso al espectador y consiguiendo formar una aventura sólida, un misterio que nos mantiene en vilo y un humor que sin llegar a soltar la carcajada si que nos mantiene con una sonrisa buena parte del tiempo.


La culpa la tiene, como no, un Ralph Fiennes al que se le adapta el papel protagonista como un guante. Quizás no estemos ante una película de maravillosas actuaciones, pero nos encontramos con una interpretación personal, cercana a la exageración y al teatro, con unos personajes que crecen y crecen conforme pasan los minutos, como si la película hubiera sido grabado en orden y los actores se hicieran con su papel conforme pasaba el tiempo. Hasta un novato Tony Revolori hace de su papel de botones algo entrañable. 

Por supuesto, no podemos dejar pasar la estupenda dirección y fotografía que, como viene siendo habitual, Anderson ha impreso en la película. A pesar de estar grabado en formato 4:3 (que tiene su encanto, pero que a pantalla grande desmerece un poco), la agilidad y movimientos de la cámara centrada siempre en la acción y sin llegar a marear, los colores vivos, la estética rococó y el uso del cartón piedra dotan a la película de una personalidad que rara vez se ve en Hollywood.


Conclusión

Por tanto estamos ante una película que va a más, en la que una vez superado el bache inicial nos metemos de lleno y nos alegra por momentos, cuidada en casi todos sus aspectos y que acaba siendo algo más que un ejercicio de estilo para convertirse en una experiencia única, que no gustará a todos eso sí, pero que alcanza cotas de calidad notables y que demuestra que sigue existiendo la valentía en el cine, aunque sea en unos pocos directores.





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